Conocerlo esa madrugada
de enero fue un goal. Haberlo
visto y que sea flechazo automático, para nada usual en mí, fue un goal. Haberle dado cabida porque, por
más resistencia que le hubiera querido imponer habría sido inútil, fue un goal. Como me hablaba fue un goal. Su actitud fue un goal. Decirle cómo tenía que agarrarme
para besarme y que él lo acepte de todos modos fue un goal, sin importar cuál
fuese su segunda intención. La manera en que me tocó fue un goal. Que me haya pedido mi número fue
un goal. Como me agendó
fue un goal. Que me haya hablado una
hora después de habernos visto fue un goal.
Cada fantasía fue un goal.
Por más que reconozca los
motivos por los cuales no debería estar pensando en todo lo anterior, nadie
jamás me hizo sentir así: tan bien, tan deseada.
Él fue un goal.
Y temo que el destino
jamás vuelva a cruzarnos.