12 septiembre, 2018

A medida que pasan los años, hay cosas en mí que nunca cambian por más aprendizaje que recaude, por más clara que la tenga en varios aspectos. Todavía no descubrí qué es exactamente. No sé si es falta de valentía, por no decir cobardía, inseguridad, poca tolerancia al rechazo, prejuicio.
La mayor parte de mis acciones, por no decir todas, se basan en primero cuestionarme si me gustaría que me hagan lo que considero hacer. Dudo lo bien que esté eso en parámetros generales, pero está lo bastante bien para mí.
Cada vez que conozco a alguien que me atrae siento que tengo ese único disparo para caerle bien, para generar un impacto como primera impresión y, en el caso de no lograrlo, al menos lograr agradarle. Al mismo tiempo, me parece un poco forzado hacerlo, por lo tanto espero que el destino me sorprenda... dejándome (muy) servida la situación.
Tal vez no es que no quiera dirigirle la palabra por timidez o cualquier otra excusa, tal vez una parte de mí sabe que si eso sucede va a abrir una puerta difícil de fingir que no se abrió. Dialogar sería romper una barrera sin sentido, porque no va a pasar nada más. Mientras menos interacción haya (idealmente de ambas partes, pero de momento solo puedo evitar la de su parte), más fácil será olvidarlo, considerando que el plazo mínimo fuera corto.