Está en mí, me
pertenece, es intransferible. Aunque a veces me gustaría poder
compartirle un poco a los que no tienen la misma facilidad que yo.
La frialdad que
manejo me ayuda y puede parecer que soy a prueba de balas, pero no es
así. La intolerancia cotidiana despista y la negación de lo malo
hace que lo neutralice y pretenda que jamás haya existido.
Me gusta aparentar
que nada pasa o que no es para tanto (porque así es), que queda en
cuatro paredes, que no se manifiesta todo el tiempo, pero que de vez
en cuando sale a la luz y nos encandila, nos agobia.
Ahí están mis
amigos, quienes me dan esa sensación de que nada pasa, de que, como
no tienen porqué saber(lo), pueden tratarme igual sin entrar en
detalles, sin contemplar ninguna idea extra de lo que ocurre puertas
adentro. Con ellos siento que todo está bien o que no todo está
mal, que todo está “como siempre”, normal. Son mi lugar a salvo,
donde nadie me cuestiona y olvido todos los problemas que de alguna
forma u otra repercuten en mi vida.
Estoy convencida de
que si nos viera de afuera, quisiera ser parte de nuestro grupo.
Definitivamente.
No me va a alcanzar la vida para agradecer su existencia y permanencia.
Brindo por ellos, para siempre.
No me va a alcanzar la vida para agradecer su existencia y permanencia.
Brindo por ellos, para siempre.