Sé
poco de mucho, y hasta ahí. ¿Se supone que eso me llevará lejos? Dudo, como de
todo, incluso de mí.
Nada
me cuesta poco, cada cosa por la que intento encontrar motivación (o no) es
arrebatada después de un esfuerzo casi sobrehumano. No estoy exagerando, es
así; tampoco es mi perspectiva, cualquiera estaría de acuerdo. En serio. Podría
ser que me tengo poca fe, pero afortunadamente tengo la objetividad necesaria
para darme cuenta y cada vez rozar más los límites de mi frustración, ignorando
mis inexplicables discapacidades. Menos mal que la risa te salva, hasta cierto
punto.
Lo
mínimamente malo acarrea miles de pensamientos terribles, desmotivantes, que
quitan todo incentivo. Al día siguiente me convenzo de que estoy equivocada,
pero vuelvo a demostrarme que no. Es difícil saber que nada sea “lo mío”, y les
juro que intento encontrarlo.
No
quiero que nadie me compadezca, no me sirve de nada, solo quiero que UNA cosa
me salga tan bien como para explotarla y sentirme suficiente o lo más cercano a
eso, aunque sea. A esta altura cualquier idea es un sueño grandilocuente y no
me parece justo que así sea, pero si vamos a ponernos a hablar de justicia...
Ser
buena persona tampoco tiene nada que ver con el éxito. No van a pagarme por ser
buena amiga, tampoco por ser honesta, sincera, responsable, comprometida,
empática, ni siquiera si fuera la mismísima mejor persona del mundo.
Me
gustaría que prácticamente nada me preocupara, pero lamentablemente eso es un
poder que solo un empleo bien remunerado tiene en este momento.
¿Cuál
es el camino? Es probable que no haya, que deba crearlo yo misma, pero creo que
me cansé. Necesito una pista, algo que me diga si está frío, tibio o caliente
por donde voy.
“Nadie
nació sabiendo”, pero a mí todo me cuesta el quíntuple.
“Nada
es imposible”, soy la excepción.