Reconozco que al
principio solo quise saber y estar al tanto porque ya me encontraba
en el medio del huracán y tal vez saber era lo que me ayudaba a
mediar y detenerlo; pero después, con el tiempo, entendí que lo
mejor para mí es aislarme de lo que me hace mal. Todo.
Increíble lo desgastante que es estar todo el tiempo alerta a que suceda algo fuera de mi control que me afecte de sobremanera y que no debería ni siquiera notificarme dado que no me involucra ni en lo más nimio.
Aprendí que no
tengo porqué tolerar más nada que no me haga bien, ninguna excusa
es válida para cargar con cruces ajenas e intoxicar mi mente por
culpa de otras personas. Aprendí que soy mi prioridad y que nadie
más que yo va a preocuparse tan bien por mí como yo (no es ninguna
novedad, pero nunca está de más recordarlo). Aprendí que el
silencio es la decisión más sabia que puedo tomar. Aprendí que,
aunque sea por ahora, no quiero saber más que lo mínimo e
indispensable, porque el exceso de información también
contamina.
Ellos creen que
porque no vivo expresando una y otra vez mis pensamientos, no los
pienso todo el tiempo. Se equivocan, y se aprovechan de eso.
Mis oídos no
toleran palabras de más, el poder de síntesis es una virtud en
estos días.