Recién empezó
el año y ya me da fiaca todo. Igual eso de contextualizarlo me parece
incoherente. Ni es una excusa, ni es una razón para no sentirse como a uno le
plazca o le toque.
Lo que voy a
contar no es una novedad, sí lo es el aburrimiento que me produce. Es como si
no pudiera avanzar a otro casillero cuando llego a uno determinado, o una
distancia aproximada.
Cada vez que
me atrae alguien (creo que me sobran dedos de las manos para contarlas), tiendo
a seguir el mismo modus operandi: lo veo, me atrae, intento saber más de él
(nombre y apellido, principalmente), lo consigo, conozco más de lo que quisiera
sin intercambiar una sola palabra, me obsesiono con la idea de que somos tal
para cual y no pienso mover un pelo para acercármele, ¿por qué? Porque si lo
conozco tengo la certeza de que no va a alcanzar –ni mucho menos, superar- mis
expectativas. Y listo. Es mejor así.
Menos mal que
no proyecto ni proyecté jamás un príncipe azul, no es mi tipo. Tampoco lo es
él.
Supuse que el
problema era yo, que me cansa la circunstancia en la que yo misma me pongo, y
que tenía que dejar de ser así. Por eso tomé un paso nada riesgoso para
cualquier persona, pero sí para mí. Para mí es un riesgo que me vea, me
reconozca y piense que me atrae, aunque ese es el objetivo, ¿no?
Lo intenté, lo
logré, pero cada día le encuentro un defecto nuevo, creo que para convencerme
de que tengo que dejar de ocupar mi tiempo en alguien que prácticamente no me
interesa, porque prácticamente no conozco, y que no me conviene. Nadie me
conviene.
Sin embargo,
no puedo dejar de pensar en lo que podríamos ser, aunque sea lo más
emocionalmente desapegado posible.
Lo único que espero de esta
situación que directamente deje de sucederme. Cuenta la leyenda que era
divertido obsesionarme con alguien, seguirle cada paso. Ya no.