10 enero, 2019

There's a million reasons why I should give you up

Recién empezó el año y ya me da fiaca todo. Igual eso de contextualizarlo me parece incoherente. Ni es una excusa, ni es una razón para no sentirse como a uno le plazca o le toque.
Lo que voy a contar no es una novedad, sí lo es el aburrimiento que me produce. Es como si no pudiera avanzar a otro casillero cuando llego a uno determinado, o una distancia aproximada.
Cada vez que me atrae alguien (creo que me sobran dedos de las manos para contarlas), tiendo a seguir el mismo modus operandi: lo veo, me atrae, intento saber más de él (nombre y apellido, principalmente), lo consigo, conozco más de lo que quisiera sin intercambiar una sola palabra, me obsesiono con la idea de que somos tal para cual y no pienso mover un pelo para acercármele, ¿por qué? Porque si lo conozco tengo la certeza de que no va a alcanzar –ni mucho menos, superar- mis expectativas. Y listo. Es mejor así.
Menos mal que no proyecto ni proyecté jamás un príncipe azul, no es mi tipo. Tampoco lo es él.
Supuse que el problema era yo, que me cansa la circunstancia en la que yo misma me pongo, y que tenía que dejar de ser así. Por eso tomé un paso nada riesgoso para cualquier persona, pero sí para mí. Para mí es un riesgo que me vea, me reconozca y piense que me atrae, aunque ese es el objetivo, ¿no?
Lo intenté, lo logré, pero cada día le encuentro un defecto nuevo, creo que para convencerme de que tengo que dejar de ocupar mi tiempo en alguien que prácticamente no me interesa, porque prácticamente no conozco, y que no me conviene. Nadie me conviene.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en lo que podríamos ser, aunque sea lo más emocionalmente desapegado posible.
Lo único que espero de esta situación que directamente deje de sucederme. Cuenta la leyenda que era divertido obsesionarme con alguien, seguirle cada paso. Ya no.