Me importa mi apariencia, amo el verano, salir, disfrutar. A
veces, vestirse como una quiere significa que te miren, aunque no sea por eso
que una lo hace. Cada uno es libre de mirar, hasta ahí. Salga como salga de mi casa
(sin escote, con escote, con ¡la cintura! Descubierta, sin la cintura
descubierta, con la piernas –peludas- al aire, sin las piernas al aire, con
tacos, sin tacos, con mini falda, sin minifalda, con hombros descubiertos, sin
hombros descubiertos, maquillada, desmaquillada, etc.), me siento
constantemente expuesta a la mirada de los hombres, esperando que al menos uno
de todos los que me cruce emita un comentario innecesario e irrelevante
referido a mí. Cualquier explicación que quiera encontrarle a su conducta es
impensable. Lo lógico y normal es que una pueda andar por la calle como se le
ocurra, tal como lo hacen ellos. Sin embargo, no nos queda otra opción que
cambiar nuestra manera de vestir (que ya no sé si importa demasiado) o
acostumbrarnos a que hagan lo que quieran con nosotras.
La personalidad que me caracteriza me reta cada vez que
escucho algo de más en la calle, algo que no me interesa y sobre todo me
molesta escuchar. Una vez mínimo. En una realidad paralela yo les grito lo que
pienso, tal como lo hacen ellos, o al menos atino a levantar el dedo mayor en
su dirección, pero ni siquiera puedo atreverme porque sé que si lo hago me
pueden alcanzar y no quiero ni pensar en qué me harían.
Si sos del género masculino no podés imaginar, ni siquiera
empatizar con lo que nos pasa. No existe punto de comparación entre nuestra
vida y la suya. Me encantaría pensar que con el asunto del feminismo, realmente
los hombres se están calmando ante nuestra presencia. Eso es solo un deseo, una
utopía me animaría a decir.